Rufina

Rufina era alta y delgada como un junco. Elegante, pero con esa distancia que parecen imponer las formas bien definidas. Su voz, sin embargo, era más dulce, más cercana, y cuando pronunciaba su nombre, como un susurro lento, uno sentía que lo que venía a decir podía leerse en su imagen. La historia de Rufina sólo puede contarse dando un rodeo, porque su origen no coincide con su nacimiento.
Rufina nació un domingo por la tarde mientras su padre dibujaba letras negras sobre fondo blanco y su madre intentaba unir esas mismas letras para formar palabras que pudieran contar una historia. Pero su origen se remonta mucho más atrás, y por eso está atravesada por una historia que la precede, aunque no sea la suya. Tal vez su origen se remonte a aquella noche de otoño en la que aquel hombre alto de porte distante se cruzó con aquella mujer de sonrisa dulce y aspecto elegante. La miró de tal manera que quedó atrapado por aquella mirada, aunque no encontraron palabras que decirse y permanecieron en silencio.
De alguna manera, algunas palabras se filtraron en esa mirada porque desde ese momento nunca más se separaron. Más tarde, cuando empezaron a hablar, empezaron a surgir proyectos y luego convivencias y discusiones, rutinas y desencuentros. Pero en ese caos de palabras cruzadas en su vida en común, algo se mantenía estable a través del silencio de las miradas.
En esas miradas, las palabras mudas sostenían ese amor indescriptible que ni siquiera intentaban comprender. Y en uno de esos silencios apareció Rufina, cuando aquel hombre le dijo a aquella mujer que necesitaba un texto para probar su nueva fuente, y ella le vio mirarla con aquella misma fascinación de la primera vez, y se puso a escribir algo con aquellas formas que él le regalaba. Rufina era alta y delgada como un junco, escribió su madre cuando nació Rufina.